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MUY DE MAÑANA



El hombre del puesto de melones tenía un perro atropellado, que arrastraba una pata lastimosamente. El hombre no hablaba con nadie, ni siquiera con los clientes. Se despertaba muy de mañana e iba a la taberna. El perro caminaba junto a él, olisqueaba en un sitio, se entretenía en otro.

En la taberna el hombre tomaba una copa de aguardiente, a veces dos, cuando tenía mucho frío o cuando estaba destemplado. Hacía un cuenco con la mano y vertía un poco de aguardiente en él. Se lo ofrecía al perro, que lamía ávidamente. El perro también desayunaba con aguardiente.

De este hombre se sabía solamente en la vecindad que se llamaba Roque, y el perro, Cartucho. Cartucho era perro vagabundo, al que un buey dejó tuerto con la punta de un cuerno. Cartucho es el perro de los vertederos, diversión cruel de muchachos, aullador eterno del invierno.

Roque y Cartucho no eran como amo y perro, eran casi como hermanos. Se parecían. Roque era pardo, feo, sin edad, ¿cuarenta, o cincuenta, o más años? Roque tenía una mirada perruna, triste casi siempre, alguna vez, feroz. Cartucho era pardo también, con unos ojos pitañosos, bobos, temerosos. El miedo y la ira se conjugaban en su corazón.

Roque hacía tres comidas al día. Una a media mañana: pan y fiambre. Otra a las dos o tres de la tarde: pan y fiambre. La última a las nueve de la noche: pan y un poco de aceite. El perro comía lo mismo que Roque. De vez en cuando aprovechaban un melón.

Aquel octubre hacía mucho frío. El montón de los melones había bajado. Cuando había viento los melones silbaban. Parecía que los melones silbaban porque el viento juega entre ellos y se pierde en el laberinto.

De noche y de madrugada Roque solía hablar con el guarda. Eran conversaciones sin tema, balbucientes, infantiles. Roque llamaba a Cartucho y bebía un trago de su botella. El guarda hacía lo mismo sentado en un tronco cerca de la carretera.

− ¿Qué tal hoy la venta? – preguntó un día el guarda.

− Mal, − contestó Roque y Cartucho alzó la oreja al pasar un automóvil a gran velocidad.

− Oiga, ¿cuándo levanta el puesto?

− Mañana mismo.

− ¿Y lo que le queda?

− Es poco. Liquido barato.

− ¿Vuelve a su tierra?

− No, soy de aquí. Voy a trabajar.

− ¿En qué?

− Ahora no sé. Ya veremos.

Cartucho alargó el hocico y olía el barrullo de papeles que cubrían el sobrante de la cena del hombre y que comería en esta hora primera de la mañana.

− Quieto, − dijo el guarda.

− No lo toca, hombre, − explicó Roque, − no come más que lo que le dan.

Cartucho se metió entre las piernas de su amo y enseñó los dientes.

El guarda comentó:

− Es feo el demonio del perro, ¿no le parece?

− ¿Feo? No lo creo así.

− ¿Y de qué tiene la pata rota?

− Un coche.

Por la mañana la calle estaba blanca y vacía, como muerta. La taberna bostezaba despertándose. El mostrador de estaño brillaba apagadamente.

− Una copa de aguardiente.

Roque vertió un poco en el cuenco de la mano para Cartucho. El perro lamió moviendo el muñón del rabo. Le brillaban los ojos alegres. Roque sonreía mostrando al sonreír sus dientes terribles de animal de combate.

− Otra copa.

Cartucho arañaba con las manos la pierna de Roque. Roque sonrió y confesó al tabernero, indiferente a esta expansión de ternura:

− No podría vivir sin él.

Roque pagó y salió a la calle. Era el último día de la venta. Todavía no pasó a la acera, estaba en la calzada. Roque tenía alegría en el corazón. Iba a terminar su trabajo y el sabor del aguardiente en la boca le daba fuerza.

− Cartucho.

Pero Cartucho saltó a la calzada. Se oyó un motor que avanzaba como una tormenta desde la blancura del fondo.

− Cartucho, Cartucho.

El perro dudó. El coche estaba ya muy cerca. Roque se lanzó a la carretera. El coche hizo un viraje para no atropellarle, pasó sobre Cartucho y continuó lejano, veloz, hasta perderse.

− Cartucho, Cartucho.

Roque lo recogió del suelo, lo abrazó. Al perro se le escapaba un hilo de sangre por las fauces. Roque se sentó en el bordillo de la acera.

− ¿Qué ha pasado? – le preguntaban.

Pero Roque no respondía. Sus palabras de propio consuelo eran tremendas, le silbaban en el laberinto de los dientes, como una fuerza de la naturaleza, como un viento huracanado.

La llaga de Roque, la llaga de la soledad de Roque necesitaba de Cartucho.

Preguntas del texto:

1. ¿Cómo era el perro del hombre del puesto de melones? ¿Cómo se llamaba?

2. ¿Cómo era Roque, el amo de Cartucho?

3. ¿Cómo solían desayunar Roque y Cartucho? ¿Dónde lo hacían?

4. ¿Qué tiempo hacía aquel octubre?

5. ¿Cuándo y cómo pensaba Roque terminar la venta? ¿Qué planes hacía para el futuro?

6. ¿Qué dijo Roque al día siguiente al tabernero sobre Cartucho?

7. ¿Qué pasó después en la carretera?

8. ¿Qué tal les parece, cómo será la vida de Roque después de lo ocurrido?





Дата публикования: 2015-03-26; Прочитано: 448 | Нарушение авторского права страницы | Мы поможем в написании вашей работы!



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